Se cumplen hoy dos años del fallecimiento de José Eusebio Soriano, arquero, capitán y figura de River en años dorados, en los de “La Máquina”. Fue el último integrante de aquella memorable formación en decir adiós.
Nació el 19 de abril de 1918 en Chiclayo, Perú. Basquetbolista en sus inicios, gracias a su temible metro 90, José practicaba fútbol en una cancha ubicada detrás de la azucarera que administraba en Chiclín, pues era agrónomo por vocación. Mientras formó parte de un seleccionado provincial, donde se lució de tal forma que fue citado por la Selección Nacional para realizar una gira por Sudamérica.
Fueron sus destacadas actuaciones las que le valieron el interés de muchos clubes argentinos. Cuando visitó Buenos Aires, allá por el año ´41, recibió al menos seis propuestas que fueron rotundamente rechazadas. Soriano estaba cómodo en Perú, trabajando de agrónomo y ganando un buen sueldo.
Cuatro meses más tarde recibió la visita del presidente del Club Atlético Banfield, Florencio Solá. Tan emotivas fueron las palabras del dirigente, que finalmente pudo convencer a José de ir a jugar fútbol en Argentina. Fue entonces que Soriano pidió permiso por un año en el trabajo y armó las valijas. Sí, un año tenía pensado quedarse para luego retomar su trabajo en la azucarera.
El por entonces agrónomo venido a arquero profesional, tuvo un eximio rendimiento en el club del sur y se ganó rápidamente el cariño de su público, que luego fue recíproco. Allí disputó un total de 46 partidos entre 1942 y 1944.
Tras haberse destacado durante casi dos temporadas en la máxima categoría y dejando de lado la promesa que se había hecho de regresar a sus tierras luego de un año, River Plate se interesó en él y lo adquirió por la suma de 100.000 pesos, los pases de Vaschetto, Facheti y Besusso y una única condición que puso José: “Cuando River juegue contra Banfield, yo no voy a ser parte de la formación”, y cumplieron. El presidente de River, Antonio Vespucio Liberti, lo presentó como la solución a los problemas defensivos que acarreaba el equipo. No se equivocó.
Soriano no fue solo un gran jugador, sino también una persona de valores, tanto dentro como fuera de la cancha. No por nada fue apodado como el “El Caballero del Deporte”. A la hora de firmar su contrato con el millonario pidió una suma de dinero acorde a la que ganaría estando en su trabajo original y le concedieron su pedido. Selló un acuerdo por 2.400 pesos, lo que representaba un sueldo altísimo respecto a los del resto del plantel, donde jugadores como Ángel Labruna y Adolfo Pedernera cobraban, en promedio, unos 400 pesos. José le manifestó su situación contractual al resto del plantel y comenzó a revolucionar el Fútbol Argentino.
Durante ese mismo año, en su departamento de la calle Brasil 343, octavo piso, se reunía junto a otros futbolistas a discutir acerca de sus sueldos y de los derechos que tenían ellos como deportistas profesionales. Se encargaban de mandar telegramas a todos los capitanes de los equipos, tanto de Primera como de Segunda, para sumar más adeptos a la causa. Allí, en su casa, sentaron las bases del primer gremio que respaldó a los futbolistas, Futbolistas Argentinos Agremiados.
Soriano llegó a un equipo lleno de estrellas: Labruna, Pedernera, Moreno, Muñoz, Vaghi, Yácono y Loustau. El técnico, Renato Cesarini, formaba equipos netamente ofensivos, lo que proporcionaba un cierto déficit en la faz defensiva. Soriano llegó para suplir e incluso transformar ese déficit en una nueva arma.
Debutó en la valla de River el 7 de mayo de 1944, en un encuentro en el que River derrotó a Estudiantes de la Plata por 4 a 1 -Labruna (2), Muñoz y Loustau los goles- , partido correspondiente a la cuarta fecha del campeonato. Desde ese día disputó 71 partidos con la banda en dos años.
“La Máquina”, catalogada así desde el 7 de junio de 1942, luego de que River aplastase por 6 a 2 a Chacarita Juniors, fue el más memorable equipo argentino de la historia. Comenzó a desplegar su fútbol de alto vuelo en el ’41, cuando conquistó el primero de tres títulos que consiguió en cinco años. “Qué sistema ni sistema, ellos saben lo que hacen”, respondió Cesarini a las inquietudes de un periodista en la previa a un superclásico. Jugaban de memoria. No necesitaban largas jornadas de entrenamientos, eran unos dotados. José Soriano se encargó de describir una semana corriente de aquel plantel, quizás un tanto exagerado, pero dejando en claro que ese era un equipo único: “Eramos una gran familia. Nosotros los lunes no hacíamos nada; los martes, una parrillada hasta las nueve de la noche. Los miércoles algo livianito. Los jueves sí, un partido pensando en el rival, en cómo se le iba a jugar al adversario. Viernes, nada. Sábado, livianito. Y andá a verlos jugar el domingo, hacían lo que querían”, explicó José.
Con ese equipo conquistó el campeonato de 1945, torneo en el cual solo recibieron 34 goles y anotaron 66. De los 30 partidos jugados, River ganó 20, empató 6 y perdió los 4 restantes. Con 46 puntos, relegó a Boca (42) a la segunda posición.
Su estilo de juego fue toda una novedad para la época. Obligado a salir a cortar jugadas por la ya mencionada vocación ofensiva de los equipos de Renato Cesarini, José se destacó por su juego de pies y su colaboración en tareas defensivas fuera del área, además de ser una garantía bajo los tres palos, descolgando cada centro, cubriendo todos los ángulos y realizando fantásticas estiradas que luego se ganaban los aplausos de las multitudes que colmaban las tribunas del Estadio Monumental.
En 1946 jugó su último año en la institución. El 8 de diciembre se despidió como llegó, con otra victoria, esta vez 2-1 -Rossi y Labruna- frente a Racing Club por la última fecha de aquel torneo. Luego fue traspasado, junto a su gran amigo Adolfo Pedernera, al club del barrio de Villa Crespo, Atlanta, donde jugó su último año como futbolista profesional, para retomar, por fin, su vida en el Perú.
En agosto de 2009 el Club Atlético Banfield, en conjunto con River Plate, organizó un homenaje donde le fue entregada una plaqueta en reconocimiento a su trayectoria en ambos clubes. En Núñez es considerado como uno de los 10 mejores extranjeros de la historia.
El 22 de marzo de 2011, luego de estar internado por un accidente que le provocó la fractura de su cadera, falleció a los 92 años, en una clínica del barrio de Belgrano.
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