A once años de la Masacre de
Avellaneda, el fotógrafo Sergio Kowalewski, quien retratase las muertes de
Maximiliano Kosteki y Darío Santillán el 26 de junio 2002, abrió las puertas de
su casa en Berisso y revivió aquel mediodía de brutal represión, que tuvo como
tiro de gracia la indecorosa tapa del diario Clarín. “La crisis causó dos
nuevas muertes”, una década después.
Es el mediodía del miércoles 26 de junio de
2002. Los piqueteros ya avisaron: cortarán el Puente Pueyrredón. Unos llegan
por Avenida Pavón, otros colman el puente sentido a la Provincia de Buenos
Aires. En el medio, y de forma inusual, un pelotón de la Policía Federal divide
las masas. Es comandado por el comisario Alfredo Fanchiotti, visible a lo lejos
por una gorra que le queda grande y una escuadra que le queda chica, que amaga
a irse, pero a la que obliga a mantener la línea. Sobre el brazo de concreto
está el fotógrafo independiente Sergio Kowalewski, que se dispone a hacer una
toma desde la parte alta de la construcción. Sabe que habrá represión. Imagina
balas de goma, gases y palos. Los helicópteros supervisan desde el aire. Los
piqueteros avanzan, mientras Fanchiotti y su pelotón resisten. Los piqueteros tienen
palos y hambre. Siguen avanzando. Y de un momento a otro, comienza la
represión. Ahora vuelan gases lacrimógenos.
También balas y piedras. Y balas. Algunas son de plomo. Sergio también
corre armado: tiene una cámara Nikon F2 que realizará los únicos disparos
certeros contra los represores. No hay otros disparos contra ellos. Los
manifestantes no están armados de ‘tumberas’, tal como se decía. El desmadre y
la ridícula gorra de Fanchiotti le indican a Kowalewski el camino hacia la
Estación Avellaneda, que supone atestada. Pero son pocos. Son Fanchiotti, el
pelotón y sus balas de plomo. Ingresa mientras deja un cuerpo atrás. Luego
sabrá, es Maximiliano Kosteki. A su lado, un compañero pide clemencia. Es Darío
Santillán, que todavía vive. Kowalewski retrata y nadie se opone. Uno de los
cazadores toma el cuerpo ya vacío de Kosteki, y sonríe. Sonríe impunidad. En el
patio yace otro piquetero, que todavía vive. Es Darío. La policía lo mueve, lo
obliga a pararse, pero lo termina arrastrando hasta una camioneta. A cada
metro, un charco de sangre. Los muertos son llevados en la caja de una pick up.
Los muertos de ‘la crisis’. Y que todavía viven.
Hoy no hay
balas, gases, ni palos. Hoy es un sofocante mediodía de verano, y en Berisso
nadie se anima a quebrantar el silencio. El colectivo me deja en el lugar
exacto del encuentro. La fachada del estudio fotográfico se hace fácil de ver
en este barrio de casas bajas y desprovisto de comercios. Él tiene 54 años, pelo
corto y canoso, y una barba tupida no menos blanca de la cual descolla un
bigote nietzscheano. La descripción no es banal: el fotógrafo no quiere ser
retratado. Como un payaso que no gusta de reír, o como aquel herrero de
cuchillo de palo, aquí el reportero gráfico reacio a ser fotografiado. Este es
Sergio Kowalewski, mientras el grabador se enciende y él intenta volver a ese
día de 2002 por un rato. Pasaron once años de la Masacre de Avellaneda; de ‘La
crisis causó dos nuevas muertes’.
“Hoy lo vivo más desapasionado porque ya
pasaron 11 años, pero la reacción es la misma que me causó cuando la vi al día
siguiente. Eso fue realmente una cacería, y jamás se podría haber argumentado
que los piqueteros se mataron o se pelearon entre ellos. Cualquiera que hubiera
estado ahí, o cualquiera que sigue la historia del Movimiento de Desocupados
jamás podría afirmar eso. Te cuesta creer que la policía dispare balas de
plomo. Al otro día ves esta tapa y sentís un escalofrío, decís ‘pero la puta
madre’”, indica Sergio Kowalewski desde una silla de su estudio fotográfico
-que señala el término del comercio y el origen de su casa-, mientras observa
la tapa del diario Clarín del 27 de junio de 2002, la que reza el canto al
bochorno, y agrega: “Una de las cosas que
me sorprenden al otro día, es que nadie confirme con contundencia que fueron
asesinados por la policía. Esa fue la sorpresa mayor. Clarín siempre me pareció
muy mercenario, que va en función de sus intereses y que la única ideología que
tiene es el dinero”.
-Los medios habían creado la imagen del piquetero violento…
-En ese momento, los medios de
comunicación te querían mostrar la cubierta quemada, la gente encapuchada, el
palo… el famoso palo que es capaz de destruir el Estado argentino. Y lo que
veías atrás de eso era la gente común, gente cagada de hambre, familias,
chicos. Muchos chicos, mujeres. El Estado argentino tenía la determinación de resolver
un tema que tenía que ver con una crisis social, alimentaria y de desocupación,
reprimiendo, cuando tenías que tener políticas sociales para parar una crisis
generada por el mismo gobierno y sus políticas económicas. Se quería buscar
escarmentar y frenar un movimiento de desocupados que iba creciendo producto de
la necesidad. Porque la realidad es que ibas a un barrio en ese momento y había
hambre, o sea, hambre en serio. Y cuando la gente tiene hambre, en lo único que
puede pensar es en cómo alimentarse. Tampoco se piensa con mucha claridad con
hambre. Si estas imágenes hubieran aparecido en el 94/95, en el uno a uno,
viajando a Miami, la sociedad no le hubiera dado ni cinco de pelota. ¿Por qué
reaccionó la sociedad? Porque había una crisis económica, una situación
compleja y produjo una reacción. Esta misma gente, que una semana antes a estos
piqueteros los puteaba, la semana siguiente los aplaudía en las calles cuando
marcharon en Capital. La reacción de la sociedad depende del nivel de
conciencia social que existe. Estas fotos en otro contexto no hubieran
impactado de la misma manera en la sociedad, no se hubiera logrado lo mismo. La
foto que uno sacó no cambió la historia, fue un disparador.
-Una de las actitudes que más llamaron la atención, fue la total
libertad con la que los policías se dejaban fotografiar y filmar…
-Ese día fue muy raro. Lo
charlamos con varios colegas. No te olvides que después de lo que pasó ahí,
hubo varias cagadas a palos a fotógrafos reporteros. Hubo varias movidas en las
que reprimieron después a los fotógrafos y camarógrafos. Creo que esa libertad
tuvo que ver con la sensación de impunidad. Vos te movés de esa manera porque
te sentís impune, intocable. Esa es la sensación que uno tenía. Los tipos lo
hicieron porque se sentían con banca, con respaldo. ¿De quién? De la Policía,
del Estado, había una orden de represión. Todos sabíamos que ese día iba a
haber represión. ¿Qué magnitud iba a tener? Nadie imaginaba ese nivel. Los
movimientos de desocupados no marcharon con gente mayor; sabían que iba a haber
represión. Siempre digo que había un punto de inflexión: se quedaban en la casa
a morirse de hambre o tomaban el puente. Eso no se resolvía con represión,
gases, ni balas. Se resuelve con políticas activas. De hecho pasó eso y después
no hubo grandes represiones, ¿cómo puede ser?
Él disparaba y disparaba, pero su cámara
analógica no le permitía saber con precisión la calidad de imágenes tomadas.
Tuvo que esperar al día siguiente para revelarlas, y llevarse algunas
sorpresas. Hay una foto en particular, una que personifica la masacre: “Fue una
pequeña polémica. Una vez que el policía le levanta los pies a Kosteki, se pone
en cuclillas y la itaka no la larga nunca: tenía la imagen del cazador. La
risa, o supuesta risa, apareció cuando revelé la foto. De alguna manera,
representó lo que fue ese día: una represión y una cacería. No la tomé pensando
en que se estaba riendo”. Ya con el material a su disposición, Kowalewski se
comunicó con la CORREPI (Coordinadora Contra la Represión Policial e
Institucional), quienes, por su parte, le brindaron las fotos al diario
Página/12 para que fueran publicadas en la edición del 28 de junio. No pidió
plata a cambio.
Las fotos del diario Clarín, incluida la
tapa del 27 de junio, fueron tomadas por el reportero gráfico del propio
diario, José ‘Pepe’ Mateos.
-¿Hablaste con Pepe Mateos?
-Yo siempre lo reivindiqué a
Pepe. Lo mataron como si fuera Ernestina Herrera de Noble, en su momento. Él
hizo su trabajo. El problema tiene que ver con la dependencia de lo laboral: él
entrega la cámara, deposita las fotos, que ya pertenecen al diario y que en un
plano casi no le pertenecen, y la decisión de publicarlas o no es de la
redacción. Es todo un tema. En la redacción decían que se mataron entre ellos.
Él llega, entrega la cámara y dice: ‘Fue la Policía’. Pepe nunca dudó. La
pregunta es por qué la redacción, o los jefes de redacción de Clarín, dudan del
fotógrafo que estuvo ahí y abonan la visión oficial de los servicios de
inteligencia, de la gobernación o del Estado argentino, cuando vos tenés un
fotógrafo, un reportero gráfico o empleado tuyo que te está diciendo ‘fue la
Policía’.
Las fotos fueron el arma principal para
impartir algo de justicia. “Si no aparecían las fotos de Pepe Mateos, el
trabajo mío y de otros colegas que aportaron otras imágenes, nunca se hubiese
podido investigar lo que pasó realmente”, destaca mientras el teléfono suena
dos veces e interrumpe la charla. Luego continúa y confiesa que “se siente
orgulloso por haber aportado a eso, a clarificar las cosas, a que la verdad
salga y que alguna vez caigan en cana aquellos que han reprimido, que han
asesinado. El tema es que lo recuerde la gente, que la memoria se mantenga. Esa
tapa vino bien. Antes leías el diario y pensabas que te decía la verdad. Y hoy
se cuestiona. Se empezó a cuestionar la comunicación, cómo se comunica. Empezó a
generar un cambio”. El 10 de enero de 2006, el comisario Alfredo Fanchiotti y
el cabo Alejandro Acosta fueron condenados a prisión perpetua por los
asesinatos del 26 de junio de 2002. En otro orden, el Poder Ejecutivo promulgó
el pasado 6 de diciembre la ley que rebautiza a la Estación Avellaneda bajo el
nombre de “Darío Santillán y Maximiliano Kosteki”.
-¿Qué te parece el cambio de nombre de la Estación Avellaneda por el de
“Santillán y Kosteki”?
-Creo que es una larga pelea del
Movimiento de Desocupados, del padre de Darío, de la hermana de Kosteki. El
tema es que se haga cargo la sociedad. Muchas veces se logra por decreto y
demás, y se sigue llamando de la misma manera. Yo creo que va a pasar un tiempo
y se va a ir asentando eso. Creo que el pueblo va a ir tomando conciencia. Me
parece bien, me parece bien. Quizás me hubiera gustado más que se hubiera
juzgado, que es muy difícil, a los responsables políticos de lo que pasó. No
nos olvidemos que hubo más de 30 heridos de bala y muchos de los que dispararon
balas de plomo no se los investigó y quedó en la nada. Entonces hay muchas
responsabilidades políticas, incluso de gente que todavía siguen encumbrados:
senadores, políticos, que tuvieron de algún modo la responsabilidad. Es muy
difícil demostrar legalmente la responsabilidad política, pero lo triste es que
más de uno se recicla y la gente vuelve a votarlo. Eso es lo más jodido. De
hecho que se llame “Kosteki y Santillán” la estación, va a servir para que no
se olvide la gente. Muchas veces tenemos una memoria muy cortita, y quizás eso
refuerce un poco la historia y la memoria. Que la gente no se olvide que las
cosas tienen que ver con problemáticas sociales no se pueden resolver de manera
violenta, y de hecho no se resuelven. Se tienen que resolver con políticas
sociales e inclusión de parte el Estado.
Ahora la responsabilidad de no dejarle
espacio al olvido está en la sociedad. No olvidar las represiones que dejaron
decenas de muertos. No olvidar a los medios que, aun sabiendo la verdad,
decidieron ocultarla. Esos que tildaron a ‘la crisis’ de asesina, ¿¡Quién es
‘la crisis’!? Es el gobierno, la Policía y sus balas de plomo. Es necesario no
olvidar a Darío y Maxi, para que todavía vivan.
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