Tiene
71 años pero aún mantiene un brillo juvenil en su cara. Lo saludan todos. La
pinta, intacta. Se pide un café cortado y charla una hora en su programa de
Radio Nacional. Charla, porque no hace periodismo: “Soy opinólogo recibido en un almacén”, aclara ante la desacertada
investidura que le adjudico después de que se cumplan las seis de la tarde,
abandone el estudio Enrique Santos Discépolo hasta el día siguiente, y se
siente en un antiguo banco de madera del hall principal del edificio para hablar
sobre aquel partido en la previa del Mundial ’66 perdido en los anales de la
historia; sobre la Naranja Mecánica, ese fútbol que disfrutó y padeció; sobre
el suyo, que nunca lo divirtió. Roberto Perfumo recuerda y vocifera con voz
inconfundible, actual e histórica, esas
épocas de antaño de las que también algunas permite olvidarse.
Medio siglo ha pasado ya desde que ese pibe de
Sarandí, iniciado en su equipo del barrio “El Pulqui”, compañero de cancha de
los Grondona en Arsenal y dejado libre por River en la Cuarta División,
debutase profesionalmente. Fue el 26 de abril de 1964 contra Ferro, en
Caballito, por la primera fecha del Campeonato. “Ya cincuenta años…”, dice Roberto, que recuerda vagamente aquel
día en el que “Ferro hizo un gol y la
gente empezó a insultarme”. La escurridiza memoria no falla. Es cierto que
luego de que a los 6 minutos del segundo tiempo el delantero Antonio Garabal
anotó el único tanto del partido, la hinchada de Racing empezó a entonar la tan
famosa e inagotable “Que se vayan todos”. Y Perfumo, que había empezado bien jugando de
“cinco”, se fue y le dejó su jugar a José Pastoriza. Los años le dieron
revancha: un torneo local, una Libertadores y una Intercontinental, en 1967.
-Dijiste que el fútbol nunca te
divirtió, ¿fue a partir de ese día?
-No
me divirtió porque uno lo hacía profesionalmente. Se privaba de muchas cosas,
mucho cuidado, entrenamiento, jugar todos los días feriado, los sábados,
domingos. Pero es una profesión que si tuviera que hacerla de nuevo, la haría
sin ninguna duda. El fútbol te divierte cuando estás jugando en la quinta de un
amigo y te dicen: “Che, está el asado”... ahí te divierte. Pero cuando tenés
que marcar a Messi, no.
-Cuando quedaron afuera del Mundial de
México ‘70 dijiste que el jugador argentino había perdido la alegría de jugar
al fútbol, ¿hablabas de eso?
-Ese
fue un partido bisagra para nosotros. Jugábamos muy mal, la preparación era
malísima, a pesar de que había muy buenos jugadores. Todo improvisado y la AFA
no tenía ni oficina para la selección. No queríamos ir. Te comía el desorden.
La gente no iba a la cancha. ¿Sabés cómo llenaban la cancha cuando jugaba el
seleccionado? El “Gordo” José María Muñoz mandaba a los soldados. En ese tiempo había colimba y
agarraba 5mil, 10mil colimbas y los mandaba
a la cancha. La gente no iba a ver al seleccionado. No es como hoy.
-¿El jugador recuperó la alegría?
-Sí,
yo creo que sí. Jugar en la selección es lo más grande que hay, sin ninguna
duda. Es un orgullo. Pero cuando vos vas y estás peor en una selección que en
tu club, no vas más.
Como ya se dará cuenta, la desventura de Krems (leer
recuadro) fue apenas una de las tantas amarguras que significaban jugar en la
selección de aquellos tiempos, a pesar del honra que remarca de defender los
colores patrios. Sin embargo, arropado de celeste y blanco también tuvo algunos
privilegios. O algo así. En el Mundial de Alemania 1974 fue capitán del barco
que luego naufragó en anaranjadas aguas. La protagonista, aunque sin título, de
aquella edición del campeonato mundial fue la tremenda selección de Holanda: la
“Naranja Mecánica”. La historia de este duelo mundialista comenzó un mes antes
cuando en Amsterdam los locales aplastaron 4-1 al desorden argentino. “Era un gran equipo como el Barcelona, como
el Santos de Pelé. Ellos revolucionaron el fútbol, fueron los primeros en
presionar y jugar todos de todo, no sabías quién atacaba, quién defendía,
sorprendiendo a todos. Dividían cada tiempo en partes de 15 minutos: los primeros minutos atacaban a
fondo, los segundos volvían a la mitad de la cancha y los terceros iban a fondo
otra vez. Y en el segundo tiempo lo mismo”, explica el 37 veces
internacional con Argentina. En Gelsenkirschen, Alemania, la historia no fue
distinta: 4-0 y a casa. Ni la experiencia recogida treinta días atrás sirvió
para procurar detener a Johan Cruyff y sus secuaces: “No pudimos hacer nada porque era un equipo demasiado débil para jugar
contra Holanda. Además nosotros ni entrenábamos”.
Además de llegar a la cima del mundo con Racing y de
su último paso por River, no menos exitoso, en el medio desembarcó en Belo
Horizonte, Brasil, para también cosechar títulos en el Cruzeiro de Tostao,
Jairzinho y el argentino José Ramos Delgado.
“Jugar en Brasil en aquella época es muy distinto a jugar ahora –dice–. Ahora
se juega un fútbol de más fricción, más guerra. Yo jugué en una de las mejores
épocas del fútbol brasileño, la del 70. A mí me gusta más el fútbol de acá, más
parejo... ahora no, ahora se cayó a pedazos”. Sin embargo, lo más cercano a
jugar un Mundial en Brasil lo vivió tiempo después en el River de 1976, cuando
tuvo que verse las caras ante su exequipo en la final de la Copa Libertadores.
-¿Cómo es jugar contra los brasileños?
-Ellos
tienen mucho miedo de nosotros, al revés de lo que piensa todo el mundo, que
nosotros les tenemos miedo. Al primero que le tienen miedo es al jugador
argentino, y después al uruguayo. No les temen a los europeos, para nada.
-¿Y a la selección cómo la ves para el
Mundial?
-Bien,
están bien. No muy bien, pero están bien. Ha tenido un par de desgracias: lo de
(Fernando) Gago, la caída del Barcelona. Pero se va a recuperar. Para sacarse
el tema defensivo de la cabeza, tienen que retroceder más rápido, los mediocampistas,
los volantes de ataque y los delanteros también. Si no van a tener problemas.
Los primeros tres partidos son prácticas.
-Igual no habría que subestimarlos. No
sé si te acordás de que Japón los dejó afuera en los JJOO 1964…
-Nosotros
subestimamos a los japoneses y nos ganaron. Una cosa de locos. Pero estos son
más malos. Son un negocio de FIFA. Los verdaderos mundiales son de 16 equipos,
y acá hay 32. Por eso están Bosnia-Herzegovina, Irán; falta Venezuela y alguno
más. Un desastre.
Casi quince años en el fútbol
le dieron a Perfumo la posibilidad de compartir cancha con muchos de los
nombres que hoy siguen llenando las páginas de los diarios y los minutos de
aire, sobre todo en vísperas de la cita más importante en Brasil. Uno de ellos
fue el actual entrenador del seleccionado, Alejandro Sabella, con quien “discutía siempre” a pesar de tener el
defensor el doble de edad del juvenil enganche. “Vení para acá, vení para allá, me decía. Ya era un técnico adentro de
la cancha”, apunta.
Además de jugador, Perfumo fue
entrenador –campeón Copa Centenario con Gimnasia La Plata en 1993– en cuatro
equipos, tornero en un taller hasta Tercera, es psicólogo social recibido en la
escuela de Pichon-Rivière, tuvo durante la década del ’80 una fábrica de
camperas e indumentaria femenina, fue Secretario de Deportes de la Nación durante
diez meses entre septiembre de 2003 y julio del año siguiente, y, finalmente,
hoy se destaca como opinólogo en Radio Nacional y ESPN. En todos sus roles
siempre dejó entrever una mirada muy social. Como director técnico dijo que
desde esa posición “se puede educar y
formar. Eso es apasionante”. Como Secretario declaró en su asunción que su
principal motor era “sacar a los pibes de
la calle”. ¿Y cómo periodista? “No,
el periodismo trata de reflejar lo que puede. Yo creo que el trabajo social
tiene que ver con la responsabilidad de los políticos. El periodismo tiene que
reflejar, apoyar también, no voy a negar que es un elemento importante de la
sociedad, pero el periodismo no cambia nada. No puede cambiarla de hecho”,
dice mientras un libro de Rodolfo Walsh empieza a revolcarse dentro de mi
bolso, queriendo eyectarse de entre sus telas, o simplemente desintegrarse para
que no queden pruebas de que el periodismo sí puede cambiar una sociedad. Pero
Roberto no es periodista. No importa.
-¿Fue una casualidad que el estudio en
el que hacés el programa se llame Enrique Santos Discépolo?
-¡Enrique
Santos Discépolo! –exclama– Sí, soy más tanguero que futbolero. Yo me sé como
400 tangos de memoria. Él me gusta mucho porque me gusta la poesía más que la
música. No sé bailarlo, pero me agrada la poesía tanguera, la del hombre con la
mujer, la pareja… bueno nos vamos.
La desventura de Krems
En la previa de un Mundial siempre aparecen o se
repiten historias que se relatan y detallan hasta el extremo y el hartazgo.
Narraciones que terminan por transformar en mitología episodios grandiosos del
fútbol, como aquella final de Brasil 1950 en la que once uruguayos apagaron las
vidas de 200mil brasileños. Pero hay una que tiene al protagonista de este
artículo como espectador de lujo.
Austria.
Junio. 1966. En julio, el Mundial de Inglaterra. El viaje que se inició el 14
del sexto mes del año en Ezeiza, que tuvo como primera parada la capital
danesa, Copenhague, y luego una visita por Turín, se detuvo por nueve días en
Austria, entre las ciudades de Viena y Krems. En la primera, el seleccionado
nacional perdió 1-0 frente al modesto Austria F.C., y en la segunda ganó en dos
ocasiones. Primero ante el Krems Sport Club (3-1), un equipo de la Segunda
División condenado por entonces a jugar la siguiente temporada en la Tercera,
en el cual descollaba la figura en ataque de un empleado de seguros. Luego al
aun más modesto Club Vorwaerts Krems (6-1), que también estaba condenado a
pasar sus próximos días en una división inferior. De estos últimos ni siquiera
sabían las profesiones de los jugadores. En el medio, siguiendo el curso
natural del Río Danubio, entre Viena y Krems, entre Austria y el Mundial, un
hotel: el Park Hotel. Seguramente no era Viena, sino Krems el “pueblito
austríaco” en el que “no había nada” al que Perfumo se refiere. No era ni 25,
ni 29, ni 30 de junio. No había nada, salvo un edificio y una cancha de fútbol.
Donde hay una pelota y dos arcos, no hace falta mucho más. El sol de aquel verano
era sofocante (20°C) para esta gélida y alpina nación de Europa Central. En el
césped de aquel pueblo separado por 77km de Viena, once argentinos,
mundialistas todos ellos, de un lado y once empleados de hotel, valerosos
ellos, del otro se medían en una pacífica y desleal contienda, que abandonó de
inmediato su carácter pacifista cuando los ignotos hoteleros se pusieron en
ventaja en el marcador. El que no pudo ocultar la desazón por la insólita
derrota parcial fue el defensor de San Lorenzo de Almagro Rafael Albrecht, que
le propinó una patada terrible a un mozo. “¿Qué hacés? Pobre tipo”, le
recriminó Perfumo, que de inmediato recibió la encolerizada reacción de
Albrecth: “¿¡Qué querés?! Si vamos perdiendo”. Para la fortuna de los
protagonistas y el abrigo del honor de un seleccionado como el argentino, la
práctica terminó en un anodino empate. “Esa
era la organización de seleccionado argentino. Después fue peor porque fuimos a
hacer la última práctica para apuntalar todo, para preparar el primer partido
del Mundial contra España, y el utilero se olvidó los botines”, denuncia
ahora Roberto entre risas que en su momento fueron alargados fastidios.
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