
Sube el último escalón y ya se disculpa por un retraso insustancial. Lleva una guitarra. Además de director de cine, es músico. Toma un poco de café, hablamos, y esboza ampulosas sonrisas que serán imagen habitual de la charla. Se lo ve contento. Y como para no estarlo. El 24 de abril vio la luz su ópera prima, el documental “El otro Maradona”, que retrata la vida del Gregorio “Goyo” Carrizo. En este encuentro, Ezequiel Luka nos acercará un poco más a la leyenda.
El Goyo
Nació y se crió en
los mismos pasillos de Villa Fiorito. Se llenó los pies de tierra y fútbol en
el mismo potrero, pateando la misma pelota, ensayando los movimientos y
gambetas que luego cautivarían a un mundo entero. Juntos fueron artífices del
implacable Cebollitas, el de la Categoría 60, que consiguió un invicto de 136
partidos. Luego llegaron a Argentinos Juniors. Él lo recomendó: “En el barrio
hay un pibe que la rompe”. No pudo jugar en Primera, pero dicen que era mejor
que el mejor. Y hoy sigue caminando por las mismas calles, llenándose los pies
de barro, las manos de cemento, el rostro de pliegues, el pecho de orgullo, y
la boca de melancolía. “En Fiorito se ve
que lo respetan. Lo conoce todo el mundo. Pero él tiene una actitud medio
aislada, con la familia. Salen lo indispensable. Siempre habla de las drogas,
de los tranzas y no le gusta que los hijos anden por ahí. Pero tiene una cosa
de quedarse más en el rancho. Es raro, pero se ve que no vive tanto en la calle”,
señala Ezequiel.
Era más hábil.
Tenía más técnica. Dicen. Quién puede detener a un mito que se volvió película.
Gregorio “Goyo” Carrizo es ahora, y por siempre, mejor que el Diego. Al menos
en el imaginario popular. En esa quimera alimentada por la necesidad constante
de escribir un capítulo más en la vida de Maradona, vive aquella lesión de
ligamentos cruzados que a los 20 años le cortó las piernas –mucho antes del 94–
al Goyo. “El Goyo la dejó pasar –dice
Luka–. Estuvo en el preseleccionado en la Selección del 79, en una de las primeras
convocatorias, pero el chabón entrenaba en Argentinos y en la semana jugaba en
Fiorito por guita, y no me acuerdo si es que no iba a entrenar a la Selección o
que se lastimó ahí y se enteraron, y le dijeron: ‘No nene, tomátelas’”. ¿Y
si hubiese completado la recuperación? Lo cierto es que asistió dos semanas a
la terapia y que nunca volvió a ser aquel jugador de fábula que dicen que fue. Luego
se desempeñó sin ningún éxito rutilante en Dock Sud, All Boys, Independiente
Rivadavia, Talleres de Mendoza y Barracas Central, mientras su amigo de la
infancia alzaba una copa del mundo.
Pasó
momentos difíciles, y tuvo que enfrentarse a la depresión, a esa sombra
acusadora que lo atormentaba por lo que pudo ser. “No lo va a superar nunca, en
el sentido de que sólo sea una anécdota de su vida. Eso se lo lleva para
siempre. Sí me parece que tuvo una caída
muy grosa y que se levantó. Él tiene
su pequeña fama por todo esto. Es un tipo muy contradictorio. La película en
eso tiene muchas sutilezas. Por un lado agradece haber vivido esa historia, y
por otro lado se quiso matar por eso. Así que que ya esté vivo es un logro”,
apunta. La película fue una suerte de diván para él, a tal punto que
terminó por doctorar a los directores como psicólogos: “Con la cámara prendida se ponía un poco careta. Entonces empezamos a
grabarlo sólo en audio; íbamos a un bar, prendíamos un micrófono, tomábamos un
mate, charlábamos tranquilos, y ahí se ponía a hablar. Todas las veces que está
en off en la película son de esos encuentros. Nos contó cosas de las que no
hablaba nunca. En un momento de la película él se quiebra, y no estaba pautado.
Nada más queríamos filmar un plano de él en silencio para ponerle una voz en
off de cuando él cuenta que se lesiona, que de hecho ese mismo plano está. Era
el último día de rodaje. En un momento se puso hablar, a hablar, y ¡Pa! Golazo”.
Sus seis hijos
fueron su motor, sus ganas de vivir. Y ellos tampoco se salvaron de la sombra
del diez: el más pequeño se llama Diego Armando. “El pibe nace en el 2000, creo que fue, el 31 de diciembre. El Diego
estaba en Punta del Este y hay una historia en la que casi se muere. Estaba
pasadísimo, y dicen que Guillermo (Cóppola) lo llevaba en la ruta a 160km a una
guardia para que no se muera. La versión del Goyo es que el hijo nace la misma
noche y que se lo pone por eso. Además, una de las hijas se llama Gianina”,cuenta el director.
Hoy se dedica alegremente
a buscar talentos, faceta que el documental recoge en detalle, recorriendo
aquellos “lugares en los que ya había
estado y ya había traído jugadores: Santiago del Estero, Mendoza y San Juan. De
hecho, en un momento de la película está leyendo el diario, habla de un jugador
y dice: ‘Uy qué bueno hizo un gol’, y es un pibe que había descubierto él hace
cinco años en Mendoza”. El pibe en cuestión es Gustavo Blanco Leschuk, un
delantero que debutó en el año 2010 en Arsenal de Sarandí, luego pasó por
Deportivo Merlo y, el año pasado, fue transferido al Anzhi de Rusia.
El Goyo camina el
país intentando repetir aquel vaticinio que le valió a uno ser el mejor, a él
la eterna y fatigosa mochila de ser el otro Maradona, y a miles fanáticos del
fútbol la felicidad más plena: “En el barrio hay un pibe que la rompe”, dijo, y
cambió la historia.
La
película, el cine y Ezequiel Luka
Si tuviésemos que trazar una línea de
tiempo en la cual señalar el comienzo de esta historia, habría que remontarse
al 2006, al rodaje de otra película: “La mano de Dios”. Allí, los hoy
directores de “El otro Maradona” Ezequiel Luka y Gabriel Amiel, hicieron el
casting del film italiano; su misión: encontrar un nene que hiciera de
Maradona, que se pareciera, que jugara bien y que sea zurdo. Por otro lado, en
el guión aparecía el Goyo. Primero lo contrataron para asesorar al director
sobre las jugadas que hacían de chicos él y Maradona, pero luego tomó un papel
más importante, a tal punto que terminaron instalando un set de filmación en su
casa en Fiorito. Y fue en esas calles de tierra en las que se cruzaron por
primera vez. “Ahí se nos ocurrió que estaba bueno hacer un documental sobre la
vida de él, porque tenía una historia muy singular. empezamos a hablar con él,
a filmar algunas entrevistas en plan de investigación sobre todo, y empezamos a
armar un proyecto, un guión, y fue creciendo de a poquito. Llevó mucho tiempo
hasta que se pudo producir, pero finalmente se pudo”, detalla Luka.
El rodaje del
documental comenzó entonces en el 2011, y fue durante ese año en el que se
filmó la mayoría del material. En 2012 la editaron, y al año siguiente no había
salas para estrenar: 150 películas argentinas se estrenaron en 2013. El
resultado final no fue cosa sencilla, sino más bien un “premio a la
perseverancia”, dice Ezequiel, “porque pasamos por muchos momentos en que se
caía. El cine es complicado. Antes de laburar con la productora que finalmente
lo hizo, pasamos por dos productoras anteriores; firmé contrato con una y casi
firmo con otra. Una fue por un productor muy chanta, y la otra una productora
de Galicia que se interesó, contrataron acá a Cuatro Cabezas –cuando existía- y
empezamos a producir con ellos. Pero al final se cayó, y después apareció
Habitación 1520 que es la productora final”. Un poco para abaratar costos y
otro poco “por un capricho”, los directores, músicos ellos, compusieron la
banda sonora de la película: “Esa fue la parte divertida”, recordó con una
sonrisa.
-¿Cuáles
son las facilidades y las dificultades de hacer cine en Argentina?
- Facilidades ninguna. Dificultades
muchas, aunque hoy en día es bastante más fácil filmar. Por un lado porque la
tecnología lo permite; no es tanto que haya más guita, sino que es más barato
hacer una película. También, siempre que vas al cine te cobran un 10% de la
entrada, que es un impuesto, y eso va al
fondo de fomento del INCAA. Con esa plata se hacen todas las películas
argentinas, un montón de series. Se ha ido recaudando más, y por eso se ha ido
filmando más, pero también ahora lo que está pasando es que, el año pasado por
ejemplo, se estrenaron 150 películas argentinas y no hay lugar para todas. Después
entrás también en una lógica que es la estatal, que va liberando la guita a
cuenta gotas, entonces financieramente estás en un montón de quilombos. En los
tres años que te lleva todo el proceso de producir la inflación te comió la
mitad de la plata, entonces es complicado. Pero dentro de todo, Argentina tiene
una ley sólida que se cumple y por eso es donde más se filma, en promedio, en
Latinoamérica.
-¿Pero
se gana plata?
-Sí. La industria es importante. La gente
que labura en las películas gana su sueldo, los que producimos y dirigimos, que
ponemos un poco más, obviamente si hacés la cuenta ganás poco, pero ganás
plata. No es que no se gana.
El
título original, que era simplemente “El otro”, debió ser modificado porque
cuando empezaron con el proyecto se estrenó una película bajo ese mismo nombre.
Aunque hoy admite que le parece un buen título, al principio fue una cuestión
central: había que hablar del Goyo, y no de Maradona. “Hubiese sido más fácil
hacer foco en Maradona, hubiésemos ganado mucha más plata, la hubiésemos
filmado hace cinco años. De hecho todos los productores querían un poco más de
eso. En eso fuimos totalmente intransigentes”, explica orgulloso del producto
final, que no apuesta al golpe bajo ni al amarillismo que podría hallarse quizá
en un documental de un programa de
Chiche Gelblung. “La película plantea que uno está acá y el otro allá, pero que
la cosa pudo haber sido tranquilamente al revés. De Maradona no es, de fútbol
tampoco, de la historia de un futbolista que le fue mal, parcialmente; del
destino, bastante”, concluye.
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